Nota de 2014. Después que Alemania le ganó a Argentina, el esposo se fue a fregar. Estaba triste, pero sabía que solo un milagro habría hecho posible lo contrario. Y en el transito de estos ocho años, el milagro se gestó, con revancha incluida. Alemania se quedó en el camino y la selección argentina, con su admirado Lionel Messi, no solo logró ganar ante Francia, campeona del Mundial pasado, sino que hizo que el esposo volara de felicidad.
Y voló. A saltos.
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Quise hacer este texto ayer, domingo, con la emoción anudada que se produce luego de vivir varias horas de tensión esperando algo bueno que parece que sí será, y parece luego que no. Y la tensión no la viví porque sea fanática del fútbol, que por cuarta vez en doce años comprobé que no soy, sino la que me causó desear que al esposo se le cumpliera el sueño del fanático.
Como todo el mundo sabe, el suplicio y la gozada, comenzó a las 11:00 de la mañana, al menos en esta zona horaria. El esposo se levantó cinco minutos antes, se cepilló los dientes, se puso la camiseta y se sentó en el sofá en un silencio casi ritual, un estado de concentración en la pantalla que denotaba que pedía a algún dios que el resultado final de ese partido se alineara a sus deseos.
Conociendo ese ritual, había hecho lo que planeé hacer antes de ese momento: tomar café en silencio, comentar algo en las redes, poner la lavadora, mandar al hijo a recoger algunas cosas y que comiera lo que se le ocurriera (no cocino los fines de semana). Sentada al lado del esposo vi como empezaba a correr el balón, puntual, entre los jugadores que se movían como fichas en la pantalla.
Llegó el penal. El primer gol, de Messi. Y la celebración del esposo fue eufórica.
Llegó el segundo gol. Uno que disfruté ver, el de Di María.
Los franceses parecían perdidos, superados en algo que no entendía, pero que supongo tenía que ver con su estrategia de juego, quizás mezclada con algún tipo de subestimación hacia los argentinos.
Fin del primer tiempo.
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El esposo me da algunas explicaciones. "No nos podemos descuidar". Siempre me ha llamado la atención la manera en que los fanáticos de algún deporte, del fútbol, se incluyen como parte de los equipos que apoyan. Nos. Como si estuvieran allí, pateando la pelota, sudando, corriendo, faltándole el aire, sobreactuando las consecuencias de sus tropezones, estirándose en el arco.
Nos.
Toma un vaso de agua y vuelve a sentarse.
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El cataclismo llegó en el segundo tiempo.
El primer gol de Francia.
- ¡Es que tenían que marcar un tercero!
Gritaba y gesticulaba. Su cara develaba la tensión que te espanta cuando entreabres la puerta de un miedo. Cuando viene el cuco.
El segundo gol.
El esposo suelta malas palabras, se enoja, grita de rabia.
El hijo entiende que Argentina pierde y empieza a llorar.
- Mamá, estamos perdiendo.
Lo abrazo.
- Es un juego, amor. En los juegos se compite para ganar o para perder. No te pongas así.
El esposo se da cuenta. Abraza al hijo. Lo consuela.
- Es un juego, papi. Es un juego. No pasa nada.
El hijo se calma. Ambos se sientan con sus caras tristes.
Es un juego.
Fin del segundo tiempo.
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La media hora más tensa del mundo.
Subo a tender la ropa al techo. Es un bonito día, soleado. Es el Caribe, aquí el invierno es soleado, con menos calor, pero con calor. El grito de felicidad se escucha.
El tercer gol de los argentinos.
Sonrío y hablo sola, en voz alta, a mi misma.
- Los vecinos nos van a botar del edificio.
La felicidad solo duró diez minutos. Gol de Francia. Empate y tiempo extra.
Pongo atención en la pantalla por ratos. No quiero ver cuando Francia anote otro gol. Es lo que espero. No soy mujer de fe futbolera. Tampoco creo en dioses. Así que tengo otras formas de buscarles caminos a mis sustos, tensiones y deseos.
Me pongo a barrer. Miro el móvil. Pongo otra carga de ropa.
Mi deseo es que esta media hora se acabe tal y como empezó, con un empate.
Deseo cumplido.
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Estoy en mi habitación. Tomo el móvil. Escribo algo en Twitter. Suelto el móvil y me extiendo en la cama. Llega el hijo con su tableta. Ha grabado el audio de todo lo que ha pasado hasta ahora. Videos, no. Audios. Da play a uno en que el esposo grita de rabia, la rabia del segundo gol de Francia... o quizás del tercero.
- No voy a salir de la habitación. Luego me dices que pasó.
El hijo sale corriendo a la sala.
Vienen los penales. No me muevo de la habitación. Estoy tensa. Cierro los ojos y solo deseo escuchar los gritos de felicidad del esposo y el hijo.
Los escucho una, dos, tres, cuatro...
Me levanto y camino por el pasillo con el móvil en alto y la opción de cámara activada. Me quedo quieta, esperando el momento.
Y el esposo grita de felicidad y vuela.
***
Un rato después estoy sentada junto al esposo. Lo beso. Me doy cuenta que está llorando. Está feliz y por un momento vislumbro la alegría de un niño que no conocí.
Manda mensajes. Le envían mensajes. Lo felicitan. Felicita. Toma fotos de la pantalla. Me pide que lo haga yo, mientras hace el video de Messi levantando la copa.
Canta el himno de La Mosca Tse Tse. Me abraza. Abraza al hijo. El hijo lo abraza.
Y me habla de fútbol.
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Termino de escribir esto mientras el avión que salió de Qatar con la selección albiceleste le falta 1,675 kilómetros de recorrido para llegar a Buenos Aires, Argentina. Allí los esperan miles en las calles, los miles que desde ayer los vitorean. Un impulso de euforia que me cuesta sentir, pero que comprendo cuando vuelvo a ver las fotos que tomé del esposo y del hijo... volando de felicidad.
Ha sido el mejor final de un Mundial para mí desde que conocí y me enamoré de un fanático dominicano del fútbol que ama a una selección de un país que nunca ha visitado, y desde que empecé a escribir este blog para sobrevivir a esa locura temporal que lo arropa cada cuatro años, sin que pueda hacer nada para que se le quite esa fiebre.
Al final, y aunque sé que no seré nunca una fanática del fútbol, sé que este Mundial me regalará muchos momentos de felicidad gracias al esposo, y ahora la hijo, que parece también haber sido contagiado por su padre.
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No despido hoy este blog.
Aún me falta una entrada. Una que escribiré para hablar del no fútbol, del margen de este Mundial.
Nos leemos en unos días.
Magnífico Argénida, te confieso que me emocionó tu relato... Eres muy buena. Y Dios...bueno has sido bendecida con dos goles maravillosos. Larga vida para ustedes.
ResponderEliminarGracias por comentar y por tu bonitos deseos para esta familia marcada por el fútbol, Tammy.
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